Lluvia

>> lunes, 27 de julio de 2009

Este cuento surgió a partir del ejercicio propuesto por un producto diseñado por unos amigos como proyecto de tesis. La idea es tomar diferentes palabras/conceptos/géneros/entre otras cosas que ya no recuerdo (¡perdón!) y construir una historia. Para este ejercicio tuvimos más o menos dos horas y algunos días para editarlo (era muy incoherente, creo que no escribo bien bajo presión XD). Y pues ya, el resultado no me encantó pero para aprender a escribir hay que escribir, no hay de otra. Les dejo esto, ojalá tengan un momento para leerlo y dejarme algún comentario.

Hasta pronto,
Kirisse



Era una mañana lluviosa, extraño en esta época del año en la que jamás llueve, pensé que era obra de esas gigantescas máquinas que habían decidido usar para simular la lluvia. En este pueblo sucedían cosas así todo el tiempo, ante cualquier situación creaban máquinas colosales que simulaban cualquier cosa imaginable, controlaban todo, pensaban en todo, pero no me daría cuenta de eso hasta demasiado tarde.

La gente que podía ver por la ventana parecía tranquila, no les parecía nada raro que lloviera así, incluso parecían agradecidos por ello. Todos se veían tranquilos excepto yo, sentía algo raro en esa lluvia, algo no andaba bien.

Comencé el día igual que todos, preparé café en la vieja cafetera que tanto me gusta, me asomé por la ventana y vi las hojas de los árboles lamentándose por la lluvia. El olor del café me regresó a la realidad, me serví una taza y me senté junto a la ventana, le di un sorbo y lo escupí de inmediato, giré la vista hacia mi bebida y me encontré con un bello y humeante café que sabía a vinagre. Tiré la jarra completa de café y puse una nueva carga, teniendo especial cuidado en ver lo que hacía. Esperé ansioso por disfrutar lo único que me daba breves momentos de felicidad en el día, me serví una humeante taza de nuevo y ¡puaj! el mismo horrible sabor. Desanimado desistí, bebí un vaso con agua y me alisté para salir a trabajar.

Salí de casa armado con paraguas y gabardina, la lluvia no parecía querer ceder pronto. Cerré la puerta y me encaminé hacia la oficina por las resbalosas y desoladas calles. La poca gente que encontraba se veía tranquila, ensimismada, apenas notaban mi presencia, la lluvia iba tiñendo todo de melancolía y deslavaba los colores.

Nada me quitó el mal sabor del café de esa mañana, tomé un bocadillo cerca de la oficina y me supo a vacío. Regresé a casa sintiéndome más cansado de lo normal, dejé la gabardina goteando en el perchero y el paraguas en la entrada, cuando me acerqué a dejar la llave en el lugar de siempre me llamó la atención el color de las flores que recién había comprado, juraría que había comprado lirios rosas y no blancos, tal como los que le gustan, no le di mucha importancia y me dirigí al sillón a leer. Tomé el libro que había empezado una noche antes y me topé con un par de páginas en blanco, les di la vuelta y continué con la lectura pero un poco más adelante las páginas se borraron ante mis ojos, cerré el libro y me acerqué a la ventana; la lluvia no cesaba, seguía siendo pacífica pero implacable, empecé a pensar en todas las cuentas pendientes por pagar, los problemas de la oficina, lo complicado que era mantenerme al día con los gastos; trabajaba tantas horas y la paga seguía siendo miserable. Sentí un nudo en la garganta cuando recordé lo que había perdido por vivir esto que creí me haría tan feliz, pensé que con el tiempo lograría descubrir y entender cómo había sucedido todo, por qué me habían arrebatado todo.

El sonido de la lluvia golpeando la ventana me estaba enloqueciendo, ese sonido que alguna vez me pareció tan dulce porque la hacía sonreír ahora era insoportable, la traía a mi memoria aunque quisiera sacarla a fuerza de preocupaciones banales. Me levanté furioso del sillón y me di cuenta que había pasado toda la tarde divagando sin darme cuenta que ya hacía varias horas que había caído la noche. Sin pensar más me fui a dormir.

Cuando quise apagar la vela mi mano se encontró con algo suave y peludo, era un pequeño ratón que me observaba con ojos vivos y simpáticos. No se asustó ni yo me asusté, más bien nos quedamos quietos examinándonos. Me pareció tan real, tan vivo. En este pueblo estaba todo tan bien estructurado y pensado que tenían los ratones contados, entrenados y mecanizados para que hubiera plagas cuando estaba programado. Pero esta no era temporada de ratones.

El ratón seguía ahí, se limpiaba las orejas de vez en cuando pero no me perdía de vista. Algo en su mirada me indicó que debía seguirlo, tomé la vela y caminé escalera abajo detrás de la pequeña sombra. Cuando llegué a la sala levanté la vela y me di cuenta que todo estaba velado por un gris pálido, me apresuré a mirar por la ventana, ya había amanecido y me di cuenta que el color se había deslavado de todo, parecía que la lluvia se había llevado todo con ella, se llevó el rojo intenso de las flores, el verde vibrante de las hojas de los árboles, hasta el color de las aves que todas las mañanas cantaban en la ventana.

Un chillido del ratón me hizo voltear a ver a las personas que caminaban por la calle, se veían igual de deslavadas, grises, melancólicas, pero aún así no parecían darse cuenta, seguían tan ensimismados como el día anterior. Apreté los ojos con fuerza y los volví a abrir sólo para darme cuenta que lo que veía era real, no estaba soñando. Salí rápidamente a la calle echándome encima la gabardina y pregunté a los vecinos si no notaban nada raro, si se sentían bien, si no notaban la falta de color, apenas un par me voltearon a ver y se excusaron diciendo que estaban muy ocupados y no podían ayudarme. Sentía que la ciudad me asfixiaba, estaba seguro que algo andaba mal, pero por qué era yo el único que se daba cuenta.

Regresé rápidamente a mi casa, abrí la puerta y entré tropezando y empapado. Me tumbé como pude en el sillón y entonces la vi, con su enorme sonrisa y su ramo de lirios rosas en la mano. Finalmente lo entendí, sentí que el ratón me observaba y casi puedo jurar que asintió. Corrí a llenar una maleta de lo que pude, casi como un sobreentendido porque no tenía idea si necesitaría nada de lo que me estaba llevando. Tomé mis cosas y me fui sin decir nada, me subí al primer tren y esperé. Caminé por la misma calle arbolada que había dejado hace años y a lo lejos la vi en el jardín, con sus cabellos largos en cuclillas jugando con sus muñecas, tenía ese vestido azul con pequeñas flores que le había regalado hace tiempo, ahora le quedaba más corto. Alzó la vista y sonrió, corrió a abrazarme y me dijo: ¡Pero cuánto tardaste!




Después de haber investigado el caso de aquella familia lo amenazaron durante meses, lo persiguieron y le arrebataron lo único que le daba verdadera felicidad. Se exilió, preocupado por el poco dinero que podía ganar para sobrevivir, decidió olvidarse de todo y de todos, se cambió el nombre y se mezclaba entre la gente tratando de no llamar la atención. Finalmente lo encontraron un día lluvioso y lo torturaron, no reveló nada, se dejó llevar por un sueño y cayó en un coma profundo, un sueño que por fin lo liberó.

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