Azucena

>> domingo, 26 de julio de 2009

Uyy... hace décadas que no actualizo esto.
Hoy me topé con un ejercicio interesante y decidí escribir algo muy cortito a partir de él, lo tomé de la página del escritor Alberto Chimal (www.lashistorias.com.mx), si quieren darse una vuelta por ahí tiene cosas buenísimas y muy divertidas.

Por ahora les dejo este ejercicio breve sólo como para desentelarañar el pobre blog al que espero poder poner más atención en algunas semanas.





Un ejercicio de creatividad por medio del azar. Se necesita un diccionario. Las instrucciones:
1. Anote las iniciales las iniciales de su(s) nombre(s) y apellidos y el número de letras que tenga cada uno. (Ejemplo: una persona llamada Ana tendría que anotar la letra A y el número 3.)


2. Para cada letra, busque la última palabra que le corresponda en el diccionario. Luego retroceda tantas palabras como letras tenga su nombre o apellido. (Ejemplo: si Ana usara el Diccionario Anaya de la Lengua de 1979 tendría que llegar primero a la palabra azuzar, última de las de la letra A, y retroceder tres palabras para llegar a azúmbar).


3. Las palabras resultantes de esta búsqueda deben aparecer en una historia breve. La primera (la correspondiente al primer nombre) debe ser la primera de la historia; la última debe ser la que corresponda al segundo apellido, y las restantes pueden quedar en cualquier parte del texto. (Ejemplo: si Ana siguiera usando el mismo diccionario y se apellidara Álvarez Armas, las palabras resultantes serían azúmbar, azul y azulejo y su historia tendría que empezar con un azúmbar, ni modo, y terminar con un azulejo.)

Queda abierta la sección de comentarios para quien desee jugar.

Las palabras que me tocaron:
azucena -azucena - cutáneo -butanero

Azucena, una sola sobre la mesa, olvidada del ramo que se acababa de llevar la joven. Por la ventana se colaba un rayo de luz que apenas la tocaba, podía contemplar las motas de polvo que danzaban burlonas y le susurraban que ellas podían ir y venir mientras que la azucena permanecía ahí postrada en la mesa.

La flor cada vez más triste trataba de alcanzar un poco de luz, trataba de bañarse con la dulce tibieza del sol pero no conseguía moverse. Como un lamento, su inconfundible perfume empezó a expandirse por toda la habitación, llenó los más profundos rincones, atrajo a toda clase de insectos curiosos que, engañados, creían que se encontrarían con un enorme jardín poblado de azucenas.

La joven volvió, se miró al espejo y contempló su horrible problema cutáneo que la hacía sentir la más fea sobre la tierra, percibió el dulce olor de la azucena y recordó aquel muchacho del que siempre había estado enamorada. Tomó la flor, se la acomodó en el cabello, sonrió al ver los pétalos de la azucena tan vivaces y salió a buscar a su butanero.

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