La arena

>> sábado, 28 de junio de 2008

–Sebastián, ¿tú conoces el mar? –le preguntó Marcelo casi con un hilo de voz
–¿Que si conozco qué?, tienes que hablar con más claridad, niño –dijo seriamente.
–El mar, la playa… tu sabes.
–Ahh eso, sí, claro he ido un par de veces. Mucho calor, gente semivestida, precios altísimos, multitudes por donde sea. Uno rara vez encuentra donde comer, donde sentarse…
–Ah…¿así de malo es? Yo pensaba que era hermoso, la brisa salada rozándote el rostro, la arena cosquilleándote en los pies, el agua azul e inmensa.
–Claro, claro, pero debes pagar un precio altísimo por eso, reservaciones, autobús o avión, alojamiento, comida, ropa... ¡infinidad de cosas! Es un fastidio porque, verás, además hay que...
–Pero si el mar y la arena no te cobran nada, el sol no te pide nada por mirarlo ocultarse tras el horizonte, la brisa no te pregunta si quiere chocar contra tus mejillas, simplemente lo hace…
–Pero qué no recuerdas cuando fuiste con tus papás al mar, el fastidio que era buscar dónde quedarse, las albercas llenas, la comida mala, los lugares siempre caros.
–Ehh... no, no lo recuerdo porque nunca he visto el mar en mi vida.
–Entonces cómo me has podido describir todo lo anterior, muchacho.
–Porque no debe ser muy diferente a cuando la brisa te acaricia el rostro después de una tarde lluviosa, la arena se debe sentir mejor que la tierra de los parques o de las macetas, el sol debe ser mucho más hermoso allá en donde no hay cientos de edificios que lo bloquean y nubes grises de contaminación que lo velan. El viento y el sol son los mismos aquí y allá, sólo imaginaba que si allá no hay edificios y tantas cosas como las que hay aquí la sensación debe ser mejor.
–Umm.. claro, pero hay diferencias, además las playas ahora están muy sucias ¿qué no ves las noticias?¿no lees los periódicos? están acabando con todo, las grandes empresas se apoderan de las partes buenas, cada día los precios suben y suben sólo para que los extranjeros puedan pagarlo, además…
–Shh. Toca. –Marcelo tomó la arrugada y fuerte mano de Sebastián y lo jaló hacia abajo hasta la tierra húmeda del parque. –¿Sientes?
–¡Qué haces niño! es sólo tierra, sucia, llena de gérmenes y de quién sabe cuánta cosa más.
–No, no. Siente, ¿sientes los granitos fríos?, mira como se van entre tus dedos y entre los surcos. Ahora siente el agua, mira cómo se va secando lentamente. Ahora toma un puño más grande, frótalo contra tu otra mano ¿sientes? Se siente frío pero hace cosquillas.

Pasaron horas y los dos estuvieron junto a la tierra húmeda, luego fueron hacia donde estaba el arenero de los niños y sintieron con las manos y luego con los pies la textura de la arena, Marcelo guiaba a Sebastián poco a poco por un sendero de sensaciones maravillosas. Sebastián, renuente al principio, se maravillaba poco a poco de la sabiduría de su joven nuevo amigo; sin demostrarlo iba creciendo en él un enorme afecto por el niño, ese día se había abierto un hueco en el enorme muro de su corazón por donde comenzaba a pasar un hilito de luz imperceptible.

0 comentarios: