Sin título

>> miércoles, 28 de mayo de 2008


Y lloró amargamente durante algunos minutos que le parecieron eternos, pero a la vez su alma se fue liberando poco a poco de eso que le venía oprimiendo el pecho desde hacía años. Nunca creyó que sus lágrimas saldrían con aquella facilidad, siempre lo había querido ocultar hasta que creyó engañarse a sí mismo.

El peso de los años era demasiado, había perdido el sentido vivir tanto tiempo. Mientras las lágrimas corrían por sus agrietadas mejillas pensaba que ya no tenía sentido lo que hacía, se había convertido en un ciclo infinito y estaba atrapado en él, cada día más infeliz. Poco a poco trató de recordar cuándo fue la última vez que le sonrió a alguien, la última vez que sintió la piel de gallina por una emoción, la última vez que sintió ese calor en el pecho que sólo se obtiene cuando se quiere sinceramente a otra persona… No pudo recordar y las lágrimas seguían desbordándose. Miró a su alrededor y lo único que había era libros, papeles, ilusiones que se había creado pero nada le parecía real… nada era real.

Siempre se creyó muy fuerte, invencible, quería ser un héroe para todos y a la vuelta de los años todos se habían ido, habían crecido o habían tomado otro camino. Finalmente ni siquiera podía tomar las riendas de su propia vida. Se sintió un inútil, un fracasado, presa del miedo y de la desesperación. Los recuerdos aparecían vertiginosamente en su cabeza; recordó a sus amigos, a sus hijos, su difunta esposa aparecía como un dulce recuerdo borroso y lejano. No sintió nada, y se asustó; se sintió vacío.

Todo el edificio estaba en silencio, era temprano, pero aprovechando el día festivo, todos habían salido. Sebastián escuchó unos pasitos en la escalera y después unos golpecitos en la puerta, sintió un estremecimiento cuando se escuchó la vocecita amortiguada de un niño. Se levantó del diván, se limpió la cara con la mano y le gritó –Ahora abro, espera un minuto. – Corrió a echarse agua en la cara, su orgullo no le permitía que el pequeño Marcelo lo viera en esas condiciones.

–Sebastián, apúrate, no sabes lo hermosas que están las nubes hoy; y las flores ¡tienes que ver las rosas que sembraron hoy en el parque! –decía el niño desbordante de emoción. Sebastián revisó una vez más que no quedara evidencia de lo que consideró una pasajera muestra de debilidad y finalmente le abrió la puerta con una mueca que casi asemejaba una sonrisa.

El niño entró como un relámpago hablando por aquí y por allá de las nubes de borreguito que había visto por su ventana esa mañana, de como las flores estaban hermosas y bañadas por el rocío… Sebastián se sentó frente a él y se distrajo acariciando un perrito de madera tallada que tenía sobre la mesita de la sala. –¿Te pasa algo? –preguntó el niño con la voz llena de preocupación –¿Alguien está enfermo? ¿en problemas? –Sebastían no contestó, se limitó a mover la cabeza indicando que no sucedía nada, y con la mano hizo un ademán para que continuara su relato. Marcelo ya había olvidado todo el alboroto anterior, se limitó a mirarlo fijamente y analizar su expresión. Pasados unos minutos se levantó y se sentó a su lado, puso su manita sobre la pesada mano de Sebastián, en ese momento corrió un brillo fugaz por la mejilla de Sebastián que se levantó en el acto y se dirigió hacia la ventana frotándose la cara disimuladamente. No podía permitir que nadie lo viera llorar. Era inconcebible para él, pero al mismo tiempo se iba dando cuenta que era un ser sensible, más frágil de lo que él creía. Sintió un nudo en la garganta, sintió que no podría contenerse más, quiso estallar en furia pero no estaba furioso con Marcelo, estaba furioso con él mismo por ser tan…insignificante, por sentirse vacío y no haber hecho nada durante años para llenar su vida y disfrutarla.

El pequeño Marcelo no dijo nada, se levantó y le tomó la mano. –No te reprimas –le dijo con la seguridad de quien sabe lo que hace. Sebastián se apoyó en la ventana con la mano que le quedaba libre y, sin soltar a Marcelo, se perdió en una marea de recuerdos, de remordimientos y de suspiros. En ese momento comenzó a llover y los dos se quedaron ahí, junto a la ventana viendo como el cielo lavaba los árboles y como las lágrimas lavaban el corazón de Sebastián.

1 comentarios:

Unknown 9 de junio de 2008, 18:58  

Oye Kirisse, pero esta increible! :o Que forma tan bonita de escribir... Realmente me parece encantador, la forma en que relatas es absorbente y muy emotiva.
Creo que tienes dotes de escritora, enserio...
Por cierto soy Ahkroma del DA. :D
Un saludo, te prometo que me paseare por aqui de vez en cuando.